“Te
voy a extrañar perro… cárcel no come hombre”, fue lo último que le
escribió Alfredo a Cruz Marcelino Velázquez Acevedo cuando presintió que
su amigo de apenas 16 años había sido descubierto cruzando
metanfetamina líquida de Tijuana a Estados Unidos.
No tuvo respuesta, pero horas más tarde se enteró, a través de un noticiero nocturno, que el estudiante de preparatoria no estaba detenido, sino que había muerto por beberse la droga durante una revisión secundaria en la garita de San Ysidro, California.
Alfredo y Marcelino, como muchos adolescentes, fueron seducidos por el dinero y la posibilidad de una vida “corta, pero novedosa”: estudiantes de secundaria y preparatoria que deciden trabajar como “mulas” o “enganchadores” de grupos criminales, un fenómeno social que se repite no sólo en los municipios de Baja California sino en diferentes estados ubicados en la franja fronteriza.
Alfredo, amigo de Cruz desde la secundaria, no mide más de 1.50 metros. Su cara todavía es la de un niño, pero a su corta edad, ya trabajó cruzando droga hacia el otro lado de la frontera, desde que tenía 15 años.
A mediados de 2012, fue descubierto en la garita de San Ysidro y encarcelado durante seis meses en una correccional en San Diego, California. Apenas en mayo pasado, recobró su libertad.
Dentro de la cárcel, el joven estudiante escuchaba entre los pasillos una frase que guarda para él y que se repite algunas veces en silencio: “cárcel no come hombre”.
Esa era la forma que tenían los menores infractores para motivarse entre ellos a resistir los días tras las rejas, porque algún día habrían de salir de la prisión, pero cuando recobró su libertad, regresó a sus actividades.
Aunque primero se resistió, luego simplemente le llegaron los ofrecimientos: “por eso me duele, la verdad… porque Cruz era bien noble, era diferente a los demás”, recuerda su amigo.
Te seducen…no sabes ni quiénes te dan la droga
Las fiestas y escuelas son lugares comunes para iniciar con los “conectes”. Entre música, una cerveza y otra, no es tan difícil conocer a alguien que te ofrezca trabajo cruzando droga o simplemente consiguiendo gente que lo haga.
Por enganchar personas también cobran y sin correr el peligro de ir a prisión, asegura Alfredo, quien contactó a Cruz con sus nuevos patrones: “ya lo habíamos hablado lo de la droga líquida, él me decía que si conocía a alguien”.
Marcelino Cruz sólo había pasado una vez hacia Estados Unidos con droga. Con su primer trabajo, ganó poco más de 300 dólares. En menos de cuatro horas, ganó el mismo salario que recibe un policía municipal por semana o tres veces más de lo que gana un trabajador de maquiladora semanalmente.
“Depende, esa que llevaba él, le daban como 300 y feria, o esas de antifreeze –contenedores más grandes- eran como mil dólares y feria”, explicó.
A veces, afuera de la preparatoria se estacionaba un desconocido que buscaba alumnos que ya trabajaban para él, pero también aprovechaba para encontrar “mulas” nuevas.
Los reclutadores siempre tratan de mantenerse en el anonimato.
“Está muy complicado, es tanta gente de por medio y nunca te dicen un nombre (…) te ven con dinero y luego todos andan con que escuchan corridos y que disque les vale verga (sic)…”
Alfredo, al igual que Cruz, desconoce a dónde llega la droga que transportaban, pero tampoco era algo que les preocupara.
“Decían que era un químico para hacerlo y que se lo llevaban a Riverside. La verdad, yo ni sé”, comentó.
Para cruzar la mercancía, no existe mayor dificultad. El trabajo era prácticamente recoger los contenedores, hasta dos por cruce, para ganar más dinero.
Tomaban los envases, lo guardaban en las mochilas o incluso, quienes se sentían temerarios, lo llevaban en los brazos, aunque era más fácil hacerlo en automóvil.
“Estás viendo que está cerrado, está sellado, está bien curado para los perros ni huelen los químicos”, mencionó.
En el caso de Cruz, consiguió a una persona con el perfil menos sospechoso para cruzar la droga: una joven mujer, que además era madre soltera.
“Yo les decía que él no podía, por su hermanita… para que no cruzara él, para que agarrara otra persona, que no se embarrara las manos él. Se lo decia porque yo ya había pasado por eso”, dijo.
Las amenazas de muerte: “trabajas para gente seria, si no cumples te quebramos”
Una camioneta nueva fue lo que motivó a Cruz a iniciarse como “mula”, pero después del primer cruce, decidió convertirse en enganchador.
No podía correr el riesgo de ir a la cárcel, teniendo la responsabilidad de cuidar a su hermana menor.
Ambos vivían solos en un departamento con su madre, quien desde hace unos meses se fue a vivir a Estados Unidos, para tener a su tercer hijo.
Los problemas empezaron cuando la joven que le cruzaba la droga no cumplió con los tiempos. Los patrones se enojaron y ahí comenzaron a amenazarlo.
Su abuela materna, Constancia Barrios Hernández, recuerda que hubo madrugadas en las que el teléfono les espantaba el sueño y los mantuvo en alerta y constante terror.
Durante las últimas tres semanas, una voz les susurraba al otro lado del auricular: “no te hagas, andas con gente seria, no estés jugando. A la primera que no la hagas te quebramos o vamos a agarrar a tu hermana”.
Antes de recibir las llamadas, tuvieron una primera señal de advertencia. Fue cuando llegó con la camioneta que recién se acababa de comprar.
Su abuela dice que el gusto no le duró mucho, porque una mañana al salir de su casa, el vehículo ya no estaba. A los pocos días, la encontraron al otro lado de la ciudad, enterrada en un terreno de la delegación La Presa.
“Le comenté yo a un hijo mío: ‘hay focos rojos con esto, ¡escúchame!’ Yo dije ‘no, no, no, esto no está bien porque ¿de dónde está agarrando dinero?’”, expresó.
A pesar de vivir solo con su hermana, a Cruz no le faltaba dinero. Su padre y sus dos abuelas se encargaban de pagarle la escuela, darles comida y lo que les hiciera falta, incluso sus clases de “vale todo”, pero eso no evitó que trabajara con una de sus tías, para ayudarse con los gastos y que más tarde empezara a traficar droga.
La Secretaría de Seguridad Pública del estado confirma que el caso de Cruz no es el único
El caso de Cruz Marcelino no es el único en Baja California. Hace un mes, otro menor fue detenido por autoridades estadounidenses intentando cruzar droga por la nueva garita de Mexicali, reveló el secretario de Seguridad Pública de Baja California, Daniel de la Rosa Anaya.
Aunque el funcionario asegura que la participación de jóvenes con el crimen organizado ha disminuido en comparación con los años 80 y 90, advierte que los grupos criminales siguen viendo en los menores un nicho de oportunidades para traficar droga.
“Se sigue enganchando a este tipo de jóvenes, no tanto en las escuelas sino en reuniones sociales que los jóvenes acuden y bueno, ahí es donde amigos de ellos, no precisamente son de las mismas escuelas, son de fuera… que se andan dedicando y andan vinculados con este tipo de personas, aprovechan para engancharlos y para ofrecerles una vida novedosa”, explicó.
De la Rosa Anaya asegura que los jóvenes que incurren en estos delitos deben recibir condenas ejemplares que sirvan para inhibir la conducta delictiva, pero que les permita tener una segunda oportunidad fuera de prisión para reiniciar con su vida fuera de las rejas.
Dinámica familiar disfuncional propicia que jóvenes caigan en el crimen
Sandra Cruz, directora operativa de Ángeles Psicológicos, refirió que distintos factores y situaciones psicológicas intervienen en la decisión de los jóvenes de formar parte del crimen.
Explicó que existen factores tanto internos, como la personalidad, así como externos: la familia, los amigos y la sociedad.
Mencionó que en una búsqueda por pertenecer, los jóvenes se enfrentan a diferentes caminos, y se irá por aquel donde se sienta aceptado y reconocido.
Cruz detalló que en la mayoría de los casos, el joven no ha sido estimulado para escoger un camino de vida sano, y que algunas familias, a pesar de detectar señales de peligro, no solucionan el problema o entran en negación.
Comentó que la responsabilidad de las acciones no sólo recae en el joven mismo, sino en el apoyo de este joven, es decir, su familia, por lo que es necesario que ambas partes creen conciencia de los riesgos que existen y se promueva la cercanía y comunicación de las figuras adultas con los hijos o hermanos adolescentes.
Refirió que muchos jóvenes se involucran en delitos por deseos de poder, por lo que hay que ayudarlos a canalizar esos anhelos a algo más productivo.
“Si no (los) reconocemos, apoyamos, comunicamos, atendemos”, el joven va a buscar fuera lo que no tiene en el sistema familiar”, afirmó.
No tuvo respuesta, pero horas más tarde se enteró, a través de un noticiero nocturno, que el estudiante de preparatoria no estaba detenido, sino que había muerto por beberse la droga durante una revisión secundaria en la garita de San Ysidro, California.
Alfredo y Marcelino, como muchos adolescentes, fueron seducidos por el dinero y la posibilidad de una vida “corta, pero novedosa”: estudiantes de secundaria y preparatoria que deciden trabajar como “mulas” o “enganchadores” de grupos criminales, un fenómeno social que se repite no sólo en los municipios de Baja California sino en diferentes estados ubicados en la franja fronteriza.
Alfredo, amigo de Cruz desde la secundaria, no mide más de 1.50 metros. Su cara todavía es la de un niño, pero a su corta edad, ya trabajó cruzando droga hacia el otro lado de la frontera, desde que tenía 15 años.
A mediados de 2012, fue descubierto en la garita de San Ysidro y encarcelado durante seis meses en una correccional en San Diego, California. Apenas en mayo pasado, recobró su libertad.
Dentro de la cárcel, el joven estudiante escuchaba entre los pasillos una frase que guarda para él y que se repite algunas veces en silencio: “cárcel no come hombre”.
Esa era la forma que tenían los menores infractores para motivarse entre ellos a resistir los días tras las rejas, porque algún día habrían de salir de la prisión, pero cuando recobró su libertad, regresó a sus actividades.
Aunque primero se resistió, luego simplemente le llegaron los ofrecimientos: “por eso me duele, la verdad… porque Cruz era bien noble, era diferente a los demás”, recuerda su amigo.
Te seducen…no sabes ni quiénes te dan la droga
Las fiestas y escuelas son lugares comunes para iniciar con los “conectes”. Entre música, una cerveza y otra, no es tan difícil conocer a alguien que te ofrezca trabajo cruzando droga o simplemente consiguiendo gente que lo haga.
Por enganchar personas también cobran y sin correr el peligro de ir a prisión, asegura Alfredo, quien contactó a Cruz con sus nuevos patrones: “ya lo habíamos hablado lo de la droga líquida, él me decía que si conocía a alguien”.
Marcelino Cruz sólo había pasado una vez hacia Estados Unidos con droga. Con su primer trabajo, ganó poco más de 300 dólares. En menos de cuatro horas, ganó el mismo salario que recibe un policía municipal por semana o tres veces más de lo que gana un trabajador de maquiladora semanalmente.
“Depende, esa que llevaba él, le daban como 300 y feria, o esas de antifreeze –contenedores más grandes- eran como mil dólares y feria”, explicó.
A veces, afuera de la preparatoria se estacionaba un desconocido que buscaba alumnos que ya trabajaban para él, pero también aprovechaba para encontrar “mulas” nuevas.
Los reclutadores siempre tratan de mantenerse en el anonimato.
“Está muy complicado, es tanta gente de por medio y nunca te dicen un nombre (…) te ven con dinero y luego todos andan con que escuchan corridos y que disque les vale verga (sic)…”
Alfredo, al igual que Cruz, desconoce a dónde llega la droga que transportaban, pero tampoco era algo que les preocupara.
“Decían que era un químico para hacerlo y que se lo llevaban a Riverside. La verdad, yo ni sé”, comentó.
Para cruzar la mercancía, no existe mayor dificultad. El trabajo era prácticamente recoger los contenedores, hasta dos por cruce, para ganar más dinero.
Tomaban los envases, lo guardaban en las mochilas o incluso, quienes se sentían temerarios, lo llevaban en los brazos, aunque era más fácil hacerlo en automóvil.
“Estás viendo que está cerrado, está sellado, está bien curado para los perros ni huelen los químicos”, mencionó.
En el caso de Cruz, consiguió a una persona con el perfil menos sospechoso para cruzar la droga: una joven mujer, que además era madre soltera.
“Yo les decía que él no podía, por su hermanita… para que no cruzara él, para que agarrara otra persona, que no se embarrara las manos él. Se lo decia porque yo ya había pasado por eso”, dijo.
Las amenazas de muerte: “trabajas para gente seria, si no cumples te quebramos”
Una camioneta nueva fue lo que motivó a Cruz a iniciarse como “mula”, pero después del primer cruce, decidió convertirse en enganchador.
No podía correr el riesgo de ir a la cárcel, teniendo la responsabilidad de cuidar a su hermana menor.
Ambos vivían solos en un departamento con su madre, quien desde hace unos meses se fue a vivir a Estados Unidos, para tener a su tercer hijo.
Los problemas empezaron cuando la joven que le cruzaba la droga no cumplió con los tiempos. Los patrones se enojaron y ahí comenzaron a amenazarlo.
Su abuela materna, Constancia Barrios Hernández, recuerda que hubo madrugadas en las que el teléfono les espantaba el sueño y los mantuvo en alerta y constante terror.
Durante las últimas tres semanas, una voz les susurraba al otro lado del auricular: “no te hagas, andas con gente seria, no estés jugando. A la primera que no la hagas te quebramos o vamos a agarrar a tu hermana”.
Antes de recibir las llamadas, tuvieron una primera señal de advertencia. Fue cuando llegó con la camioneta que recién se acababa de comprar.
Su abuela dice que el gusto no le duró mucho, porque una mañana al salir de su casa, el vehículo ya no estaba. A los pocos días, la encontraron al otro lado de la ciudad, enterrada en un terreno de la delegación La Presa.
“Le comenté yo a un hijo mío: ‘hay focos rojos con esto, ¡escúchame!’ Yo dije ‘no, no, no, esto no está bien porque ¿de dónde está agarrando dinero?’”, expresó.
A pesar de vivir solo con su hermana, a Cruz no le faltaba dinero. Su padre y sus dos abuelas se encargaban de pagarle la escuela, darles comida y lo que les hiciera falta, incluso sus clases de “vale todo”, pero eso no evitó que trabajara con una de sus tías, para ayudarse con los gastos y que más tarde empezara a traficar droga.
La Secretaría de Seguridad Pública del estado confirma que el caso de Cruz no es el único
El caso de Cruz Marcelino no es el único en Baja California. Hace un mes, otro menor fue detenido por autoridades estadounidenses intentando cruzar droga por la nueva garita de Mexicali, reveló el secretario de Seguridad Pública de Baja California, Daniel de la Rosa Anaya.
Aunque el funcionario asegura que la participación de jóvenes con el crimen organizado ha disminuido en comparación con los años 80 y 90, advierte que los grupos criminales siguen viendo en los menores un nicho de oportunidades para traficar droga.
“Se sigue enganchando a este tipo de jóvenes, no tanto en las escuelas sino en reuniones sociales que los jóvenes acuden y bueno, ahí es donde amigos de ellos, no precisamente son de las mismas escuelas, son de fuera… que se andan dedicando y andan vinculados con este tipo de personas, aprovechan para engancharlos y para ofrecerles una vida novedosa”, explicó.
De la Rosa Anaya asegura que los jóvenes que incurren en estos delitos deben recibir condenas ejemplares que sirvan para inhibir la conducta delictiva, pero que les permita tener una segunda oportunidad fuera de prisión para reiniciar con su vida fuera de las rejas.
Dinámica familiar disfuncional propicia que jóvenes caigan en el crimen
Sandra Cruz, directora operativa de Ángeles Psicológicos, refirió que distintos factores y situaciones psicológicas intervienen en la decisión de los jóvenes de formar parte del crimen.
Explicó que existen factores tanto internos, como la personalidad, así como externos: la familia, los amigos y la sociedad.
Mencionó que en una búsqueda por pertenecer, los jóvenes se enfrentan a diferentes caminos, y se irá por aquel donde se sienta aceptado y reconocido.
Cruz detalló que en la mayoría de los casos, el joven no ha sido estimulado para escoger un camino de vida sano, y que algunas familias, a pesar de detectar señales de peligro, no solucionan el problema o entran en negación.
Comentó que la responsabilidad de las acciones no sólo recae en el joven mismo, sino en el apoyo de este joven, es decir, su familia, por lo que es necesario que ambas partes creen conciencia de los riesgos que existen y se promueva la cercanía y comunicación de las figuras adultas con los hijos o hermanos adolescentes.
Refirió que muchos jóvenes se involucran en delitos por deseos de poder, por lo que hay que ayudarlos a canalizar esos anhelos a algo más productivo.
“Si no (los) reconocemos, apoyamos, comunicamos, atendemos”, el joven va a buscar fuera lo que no tiene en el sistema familiar”, afirmó.
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