Como en el resto del mapa delictivo nacional, Michoacán sufre dos tragedias: la presencia de organizaciones criminales sembradoras de terror y violencia, y unas instituciones de seguridad y justicia incapaces de defender a la sociedad por debilidad o complicidad… o ambas.
En su libro Historia del Narcotráfico en México, el experto Guillermo Valdés Castellanos –ex titular del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN)–, lo explica.
Todo comenzó en 2001, 2002, cuando el Cártel del Golfo, a través del sicariato de Los Zetas, decidió la conquista de Tierra Caliente –zona productora de amapola y marihuana–, para establecer la ruta del Pacífico a través del estratégico puerto de Lázaro Cárdenas, por donde –hasta noviembre del año pasado– entraban a México precursores químicos –como la efedrina– procedentes de China para fabricar metanfetaminas… y cocaína enviada desde Colombia.
El plan funcionó de maravilla. Los Zetas –establecidos en Apatzingán–desplazaron al Cártel del Milenio de los primos Armando y Luis Valencia… y establecieron su maquinaria empresarial depredadora.
La Familia Michoacana (FM) surgió de los restos del Cártel del Milenio para declarar la guerra a los invasores del Cártel Golfo-Zeta. Para ello, envolvieron la beligerancia con un discurso “iluminado” por ideas religiosas y mediante actos de “justicia divina”, como fue su presentación en sociedad al decapitar a cinco zetas y hacer rodar sus cabezas sobre la pista de una discoteca en Uruapan en 2006. “La Familia sólo ejecuta a quienes deben morir”, decía el macabro letrero.
La FM tardó tres años en expulsar a los Los Zetas para –según ellos– imponer orden en Michoacán, erradicar el secuestro, la extorsión, los asesinatos y acabar con la venta de metanfetaminas en las calles. Era una especie de “cruzada” contra el crimen.
“Pero bajo la piel de oveja se escondía el lobo”, escribe Guillermo Valdés en su libro.
La FM corrigió y aumentó el modelo Zeta. Se apoderó del narcotráfico y mantuvo la plaga de la extorsión como eje del “negocio” –sobre todo contra aguacateros, limoneros y comerciantes–. También diversificó y consolidó su poder hasta lograr usurpar las funciones del Estado. La Familia se convirtió en el gobierno michoacano de facto… impuso la “legalidad” mafiosa.
Nazario Moreno –El Chayo–, José Méndez Vargas –El Chango– y Servando Gómez Martínez –La Tuta– controlaban la seguridad pública, imponían funcionarios municipales y dirigían la firma de contratos de obra pública… siempre con empresas propias.
Tras la supuesta muerte de El Chayo –cuyo cadáver nunca ha aparecido– La FM se divide. La Tuta y El Chango asumen el mando de una renovada liga criminal: Los Caballeros Templarios, “hermandad al servicio del pueblo”, y proclaman impenetrable la Tierra Caliente. El efecto “cucaracha” expulsa los miembros de La FM –opositores a Los Templarios– quienes huyen de Michoacán para establecerse en entidades vecinas: Estado de México, Guerrero, Morelos y el DF…
Ante el avance de la criminalidad, hace un año surgieron los grupos de autodefensas, algunos legítimos, otros infiltrados y financiados por el Cártel Jalisco Nueva Generación –escindido del Cártel de Sinaloa– el cual disputa –a sangre y fuego–, la Tierra Caliente.
Para intentar la pacificación de la zona en conflicto, el Gobierno apuesta por una alianza irremediable con las autodefensas. Elige el mal menor para pacificar al estado.
Así encajan –por ahora– las piezas de este “rompecabezas”.
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