Las balas en México silban a ritmo de corrido y la muerte viste un sombrero con las alas vueltas hacia el cielo. Lo sabía Sergio Vega, que hace hoy una semana arrancó su Cadillac colorado en Sonora y salió hacia Alhuey, en Angostura. Nunca llegó. Lo encontraron a 200 kilómetros de su destino con el cuerpo sembrado de plomo, los ojos abiertos y el pijama que vestía empapado en grana, a juego con la pintura del coche, desfigurada la cara a tiros. Lo mandaron al otro barrio seis balas de las 30 que dispararon los que pusieron punto y final a la carrera de El Shaka y que dejaron en el mundo 18 huérfanos y un charco de venganza. El cantante de narcocorridos y padre 'numeroso' moría como un personaje de sus canciones, baleado y héroe. El que a hierro canta, a hierro muere. Ser un juglar del narco, cantar sus glorias y sus hazañas entraña sus peligros: El Shaka, con su bigote y sus chaquetas con charreteras, ha pasado a engrosar la lista de artistas mexicanos que caen a manos de los personajes de sus canciones, los narcos. Del escenario a la mesa del forense en un par de canciones.
El Gallito de Oro, el Loco Elizalde, Chalino Sánchez o Zaida Peña han terminado sus melodías con el feroz estampido de un disparo. Se sabe sus nombres, pero no por qué los matan ni quién ordenó matarlos, que es lo mismo. Los informes policiales no aportan mucho al respecto. Unos dicen que no consiguen encontrar el móvil de la 'balasera', otros que no le ponen interés, o que no se atreven. Da igual. Cuando detrás de un crimen se mueve la sombra de un tipo como el Chapo Guzmán, del cártel de Sinaloa, es difícil llegar a la verdad o, cuanto menos, peligroso. «Aquí ya nadie habla, ya nadie escribe. Estamos aterrorizados», asegura una reportera histórica de Sinaloa especializada en la música grupera, que aún recuerda «los granadazos» estallando contra su periódico. «Está la cosa muy dura», dice desde el otro lado del charco. Lleva años sin publicar una línea sobre narcocorridos, pero aún baila la música de las balas en ese universo en el que los amores matan y los héroes son villanos, allá donde esta semana sólo cabe una pregunta:
-¿Quién mató a Sergio Vega?
La periodista guarda silencio. -No puedo hablarle de eso, lo siento.
-¿Pero por qué lo mataron?
-Él iba a cantar en un lugar, que era Alhuey, y eso significa que no actuaría en otro. Tal vez se negara a actuar para alguien poderoso y éste decidiese matarlo.
¿Si no vienes a mi fiesta estás muerto? A los grandes narcos también les gusta el corrido porque el que manda siempre ha tenido quien le cante a su gusto y ellos no iban a ser menos. A Pancho Villa le hicieron sus corridos -aquél caballo prieto azabache abalanzándose contra el pelotón con tres balazos de Mauser en el pecho-, y también los tiene el Chapo. «No se me pasen de tueste [...] les decía el Chapo a unos que andaban muy bravos. A mí no me asusta nadie, yo soy el papá del Diablo» ('El papá del Diablo', de Sergio Vega).
Hablamos de canciones. Los narcocorridos mantienen la misma estructura que los corridos tradicionales, que provienen de los romances de los españoles y alcanzaron fama en los 80 con una estructura de presentación, nudo, desenlace y despedida. Era el periodismo cantado de la época, antes de que todo se fuera de madre. «Explotó con lo de Valentín», explica la periodista sinaolense.
La última copla de El Gallito
A Valentín Elizalde le decían El Gallito de Oro y era uno de los artistas más queridos de la música popular. A finales de 2006, nadie esperaba el final de la historia, salvo él mismo. «Hace unos dos meses que siento sus pasos cerquita. Ya siento venir 'la huesuda'», dijo en un vídeo-entrevista con esa naturalidad con que los mexicanos lidian con la 'canina'. A los pocos días, acudió a cantar a un palenque de Reynosa, en Tamahulipas y le pidieron la canción maldita. 'A mis enemigos', se titulaba y decía esto: «Para hablar a mis espaldas, para eso se pintan solos. ¿Por qué no me hablan de frente? ¿Acaso temen al mono? Ya saben con quién se meten. Vengan a rifar la suerte». Y vinieron. Fue su última copla. Se arregló, firmó unos autógrafos y al salir del palenque de Reynosa le dieron cien metros de vida. Una camioneta se acercó a la suya y descargó una tormenta de 70 estallidos de 'cuerno de chivo' (AK-47) que dejaron tres cadáveres en los asientos, entre ellos el de Valentín agarrando un gallo de oro, su inservible amuleto.
El cantante andaba muerto en vida desde hacía semanas. El último corrido que cantó en Reynosa se había convertido en internet en el himno del cártel de Sinaloa y la banda sonora de las amenazas de los 'chicos' de Joaquín 'Chapo' Guzmán hacia Los Zetas, el brazo armado del cártel del Golfo. Enemigos íntimos. En un montaje que corrió como la pólvora por la red, sonaba la canción mientras aparecían fotografías de asesinatos y ejecuciones de presuntos miembros de Los Zetas. No le perdonaron que hiciera sonar aquello en territorio enemigo. «Si lo cantaba, iba a morir. Si no, también», explica a V una persona cercana a Elizalde que pide permanecer en el anonimato.
La sangre y el odio son difíciles de limpiar, y el asunto del Gallo de Oro iba a tener otra desagradable secuela. Carlos Ocaranza, sobrino segundo de Valentín, se hacía llamar 'El loco Elizalde', probablemente por cometer la imprudencia de dedicarse a lo mismo que mató a su tío. Durante un concierto de 2008, 'El loco' recibió, entre las notas de peticiones de temas y los saludos, una más macabra: «El siguiente Elizalde serás tú». En agosto, al salir de un bar de Guadalajara, le metieron tres tiros a bocajarro. El bar se llamaba La Revancha.
Similar final tuvo Chalino Sánchez, uno de los precursores del narcocorrido, que fue asesinado en 1992. Su hijo Adán Chalino, siguió la vocación artística del padre. En 2004, murió contra un árbol cuando se reventaron dos ruedas de su camioneta. Pocos creen la versión oficial: demasiada casualidad para ser un accidente.
En México la versión oficial suele pender de un interrogante. Achacaron a un crimen pasional los dos balazos que mandaron a la grupera Zaida Peña -que no cantaba narcocorridos, pero era una estrella de la música popular mexicana- hasta las urgencias médicas en Tamaulipas. Dicen que compartía amante con un prometido despechado... Su asesino acudió al hospital, pero no para llevarle flores. Irrumpió en el quirófano y le descerrajó dos tiros sobre la mesa de operaciones ahorrándoles trabajo a los cirujanos.
Por culpa de las filias y fobias que desatan sus canciones, hay músicos que son conscientes de que a la vuelta de cualquier concierto les puede aguardar la parca. «El problema es que no saben para quien tienen que cantar -admite la reportera de Sinaloa-. Muchas veces los llama gente anónima y los llevan en coches o en avionetas hasta fiestas privadas, con los ojos vendados».
Mientras tanto, el gobierno intenta parar este género musical, que supone elevar a delincuentes a la categoría de héroes. Han prohibido los narcocorridos en teles y radios, pero en los coches y las casas atrona la música de las balas, esta vez con letra de Los tucanes de Tijuana: «Ahora tengo más gente y más armas que el gobierno. Yo no me fío de la suerte, por eso es que me prevengo. El que conmigo se mete se va derechito al infierno».
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