Diez horas después que efectivos de la Marina mataran al capo de Los Zetas, Heriberto Lazcano Lazcano en Progreso, Coahuila, un comando fuertemente armado de sicarios de ese grupo del crimen organizado robó su cuerpo de una funeraria, dijeron las autoridades.
Más de una semana después de que el cadáver fuera robado, las autoridades siguen sin conocer el paradero del cuerpo de Lazcano, también conocido como “El Verdugo” y “El Lazca”.
Pero podría ser que la última morada de El Verdugo resulte ser el tipo de “narcotumba” detallada que se ha hecho popular en años recientes entre los capos y los integrantes del crimen organizado.
El Verdugo se preparó para su muerte
En años recientes, El Verdugo ordenó la construcción de un elaborado mausoleo en su estado natal de Hidalgo. Una cruz plateada, de 15 pies de altura se ubica frente de la estructura, que está rodeada de tumbas más modestas. El mausoleo cuenta con vitrales en las ventanas y un jardín bien cuidado.
La inmensa cruz al frente del mausoleo es una réplica de la que está al frente de una iglesia católica que El Verdugo construyó en la ciudad de Pachuca en el 2009.
La iglesia lleva por nombre Nuestra Señora de San Juan de los Lagos. En una placa en la pared posterior de la iglesia se puede leer, “Donada por Heriberto Lazcano Lazcano”.
Los infantes de Marina mataron a El Verdugo en una balacera el 7 de octubre, dijeron las autoridades. Cerca diez horas después, integrantes de Los Zetas llegaron a la funeraria y se robaron el cadáver, durante la madrugada del 8 de octubre, de acuerdo al fiscal del estado de Coahuila, Homero Ramos.
Los pistoleros también se llevaron el cuerpo de otro hombre, un supuesto integrante de Los Zetas, quien estaba con El Verdugo cuando fue asesinado.
En los días posteriores a la sustracción del cuerpo de El Verdugo, su mausoleo permaneció bajo llave.
Un narcocementerio en Sinaloa
El Verdugo no era el único personaje del crimen organizado que había preparado el lugar para su descanso final.
Un cementerio en Culiacán es conocido como el panteón no oficial del Cártel de Sinaloa, comandado por el fugitivo capo de la droga Joaquín “El Chapo” Guzmán. Aunque ahí también están enterrados miembros de otras organizaciones criminales, la mayoría de los sepultados trabajaron para El Chapo.
El cementerio, Jardines del Humaya, cuenta con docenas de majestuosas tumbas, con arcos y cruces detalladas. Algunas de las estructuras tienen dos o tres pisos, y parecen pequeñas catedrales o castillos en miniatura, con pequeños balcones. Algunos son de estilo modernista.
Aunque algunos importantes hombres de negocios, políticos y agentes del orden también están sepultados allí. Los Jardines del Humaya es conocido por los habitantes del lugar como un “narcocementerio”.
Algunas de las capillas que pertenecen a miembros del crimen organizado cuentan con blindaje, aire acondicionado y están equipadas con baño. Algunas de las tumbas pequeñas y medianas, muestran fotografías de los difuntos tamaño póster, a menudo hombres jóvenes y adolescentes, vestidos en uniformes de estilo militar, con rifles o armas en sus manos. Una de las capillas está adornada con aviones de vidrio, lo que sugiere que el difunto trabajaba como piloto para algún cártel.
Sorprendentemente, algunas de las tumbas más grandes, que pertenecen a los miembros de más importancia de los cárteles, no tienen placas o insignias que identifiquen a la persona que las ocupa. La falta de identificación es una manera de evitar que rivales del crimen organizado dañen las capillas.
Documental sobre las narcocapillas
El cementerio es el tema de “El Velador”, un documental realizado por la cineasta mexicana Natalia Almada, de Sinaloa.
La documentalista pasó un año registrando los acontecimientos en el cementerio. Siguió de cerca a Martín, el vigilante nocturno, que cuida las tumbas todos los días, desde el atardecer hasta el amanecer.
“Llegaba todos los días al atardecer y se iba con la salida del sol, al amanecer”, relató Almada. “Había algo en él que parecía que controlaba el tiempo, era como el reloj del cementerio”.
“Es un lugar en verdad único, donde la mayoría de las personas ahí enterradas tenían entre 20 y 30 años. Así que no es el típico panteón mexicano; es algo muy diferente”, añadió. “En realidad es una ciudad para los muertos”.
Balaceras en el cementerio
Martín cuida el cementerio desde una pequeña caseta y lo acompañan dos perros.
Algunas veces surgen conflictos entre visitantes a las narcotumbas, según relata el documental.
“Algunas veces hay balaceras. En las noches vienen personas armadas y disparan sus armas. En las noches no puede uno caminar por el cementerio”.
En el documental hay poco diálogo o narración.
“El silencio durante el filme es el resultado de un par de cosas”, explicó Almada. “Por un lado, tenía interés en ver la violencia en una manera muy callada. En cierto sentido, en una manera pacífica”.
El documental incluye escenas de retroexcavadoras rompiendo el piso, haciendo lugar para el flujo constante de cuerpos nuevos. Se oyen también los sonidos del martilleo conforme los trabajadores construyen nuevos mausoleos.
Una mujer se lamenta con dolor, mientras entierra a su hijo: “¡Ay no, ay no!”
Algunas narcotumbas son más grandes que las casas
Las capillas que están en construcción en el documental son más grandes que las casas de algunos de los trabajadores, le dijeron los obreros a Almada.
La majestuosidad de algunos de los mausoleos es un indicio del deseo de ser recordados, precisó Almada.
Una de las tumbas en el cementerio guarda los restos de Arturo Beltrán Leyva, alias “El Jefe de Jefes” y “El Barbas”.
El Jefe de Jefes era el líder de la Organización Beltrán Leyva (OBL) cuando resultó muerto en un enfrentamiento armado con efectivos de la Marina, en Cuernavaca, en diciembre de 2009.
A las pocas semanas de haber muerto, alguien dejó una escabrosa ofrenda en los escalones al frente de su tumba: una cabeza decapitada. Una rosa roja de uno de los arreglos que habían dejado en la tumba del capo fue colocada detrás de la oreja izquierda de la cabeza.
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