jueves, 1 de noviembre de 2012
La narcoguerra en la Sierra Tarahumara y la caída de un ‘Robin Hood’
CHIHUAHUA, Chih.- La ejecución del jefe del cártel de Sinaloa en el municipio de Uruachi, Antonio Erives Arduño, de 39 años, el sábado pasado, alertó a los habitantes de los poblados de la región. Desde finales de marzo del año pasado, el líder del grupo delictivo se posicionó en Uruachi como el “protector” de los ciudadanos, ante la falta de respuesta y garantías de seguridad por las autoridades de todos los niveles.
Toño Erives, como se le conocía, ayudaba a la gente con dinero, con despensas; defendía a quien no se metía con él, rescataba a adolescentes que eran reclutados por otro grupo para delinquir, pero también los enlistaba o “enganchaba” en el suyo.
Durante un año, Antonio Erives logró mantener en “calma” el municipio, pero el sábado pasado por la mañana llegó su rival, uno de los líderes del grupo criminal La Línea, apodado El Vaquero, para pelear el territorio. El enfrentamiento mantuvo a los habitantes en sus viviendas.
De acuerdo con las autoridades locales, fueron varios los muertos, aunque se desconoce el número preciso. El enfrentamiento duró más de cinco horas.
En la Sierra Tarahumara tal parece que hay permiso para matar. Autoridades y sociedad le endosan la culpa a las mismas familias, a las comunidades que han sembrado y producido, durante décadas, mariguana y amapola, principalmente, sin darse cuenta de que la violencia ha alcanzado a poblados enteros y fabricado miles de víctimas que permanecen en el anonimato.
Los enfrentamientos entre narcotraficantes son históricos, los pobladores dicen que siempre ha habido gente armada; indígenas y mestizos siempre han sembrado droga. Y esa justificación parece extenderse para dar permiso de matar a quien sea, sin importar la causa ni cuántos sean, porque la Sierra de Chihuahua es la “tierra de nadie”.
El poderío de Toño Erives
La última semana de marzo y principios de abril de 2011, el enfrentamiento entre los dos grupos delictivos, el cártel de Sinaloa y La Línea, llevó a un pueblo entero a pasar las noches en el monte. Durmieron esa semana a la intemperie y con bajas temperaturas. Fue en Jicamórachi, del municipio de Uruachi.
La mañana del 9 de abril, Lidia, sobrina política de Antonio Erives, bajó de una de las montañas. La acompañaban su suegra, varias tías y un grupo de niños, quienes habían huido después de que unos desconocidos quemaron cinco de sus propiedades.
Toño Erives, uno de los tíos de su esposo (quien fue asesinado en 2009 a los 19 años) escaló importantes posiciones en La Línea, brazo del cártel de Juárez. Pronto comenzó a destacar en esa organización; sin embargo, el cártel de Sinaloa lo convenció para que se uniera a ellos y comenzó su poderío en la región.
“Era un hombre noble –dice Lidia–, daba protección, ayudaba a la gente, les prestaba las trocas para ir a los hospitales. Es un hombre con facciones atractivas, buena gente.”
En marzo de 2011, llegó El Vaquero, uno de los líderes de La Línea, y exjefe de Erives a Jicamórachi. Había un baile de coronación de reina. Hubo un pleito entre el mismo grupo, los vecinos del lugar indicaron que uno de ellos llevaba una camioneta cargada con droga y ahí mataron a uno de los hombres.
Dos días después, un comando con vestimenta de policías federales quemó seis casas, entre éstas la del médico del pueblo, y varios vehículos. El grupo rebelde ingresó al pueblo disparando sin blanco específico. La gente, ancianos, niños, familias completas, corrieron al monte. Jicamórachi está enclavado entre varias montañas.
Algunas familias alcanzaron a huir y más de la mitad de las 122 familias del poblado ya no regresó, indicó una de las excomisarias ejidales de origen tepehuano. Los pobladores permanecieron todo un fin de semana en el monte, los camiones distribuidores ya no llegaban hasta Jicamórachi por el riesgo que implicaba el camino. Los niños se enfermaron, el clima era fresco, motivo que los obligó regresar a sus hogares.
De los pobladores que permanecieron en el monte y no huyeron a otras ciudades regresaron casi todos, menos la familia de Lidia, quien permaneció en el monte con sus tías. Las casas que quemó el grupo armado eran de su familia. También quemaron una carpintería, propiedad del papa de Antonio Erives. A principios de abril llegó el Ejército a instalarse en la primaria de Jicamórachi y fue así como los habitantes pudieron regresar a sus viviendas.
Atemorizada, Lidia bajó del monte; no emitió palabra, sólo asentía con la cabeza que su deseo era permanecer con su suegra y su familia política. Se negó a abandonar aquel poblado en donde vivió un breve matrimonio y convivió cara a cara con la violencia, aquella que llegó a cobrar facturas de la práctica ilícita y naturalizada durante décadas en la sierra Tarahumara.
En ese entonces, la joven evadía cualquier mirada de quien le preguntaba detalles de aquellos eventos violentos. Le propusieron salir del pueblo para ir con su familia, pero no aceptó, indicó que su deseo era no dejar solas a su suegra y a sus tías.
Una semana después, salió del pueblo con su familia política. La Policía Estatal Única les ofreció apoyo para salir del pueblo en helicóptero. Llegaron a Sonora y semanas después, Lidia decidió ir con su familia a una de las ciudades grandes del estado. Consiguió trabajo en una tienda departamental, se mostraba serena y durante su hora de comida, accedió a hablar sobre su vida en Uruachi.
Aceptó que requiere apoyo psicológico. Estaba decidida a retomar su vida. Unas semanas después se casó y ahora espera un bebé.
Ola de balaceras
Después que los sicarios tomaron el pueblo de Jicamórachi en contra de Erives, en marzo de 2011, éste y su gente emboscaron una caravana de automóviles del grupo contrario, que transitaba por uno de los caminos del municipio. El blanco era el líder del otro grupo, El Vaquero, quien logró salvarse y huir en un vehículo blindado, refirió un adolescente familiar de Lidia que, además, es parte del grupo de Erives.
Como venganza, días después, gente al mando de El Vaquero tomó un camión de pasajeros donde viajaba la hermana de Antonio Erives, una regidora de Uruachi. Los pistoleros la secuestraron y comenzaron la negociación: la plaza a cambio de la mujer.
El acuerdo fue encontrarse en un lugar cercano a Gosogachi.
La regidora fue llevada en un helicóptero y entregada a su hermano, pero la habían torturado: le quemaron los pies. Luego de recibir a su hermana, “se hizo la guerra”; ambos grupos se enfrentaron desde diferentes cerros. Ganó el grupo de Toño.
En ese mismo lapso, otro poblado de Uruachi, Memelichi, también fue tomado. Por correos electrónicos, los afectados indicaron a sus conocidos que no dejaban salir a nadie del pueblo. Por temor, los hombres corrieron a esconderse, pero mujeres y niños se quedaban en el pueblo.
Después de la “guerra”, el enemigo de Erives llegó con unas 70 personas armadas a la cabecera municipal para iniciar una balacera durante cinco horas. Participaron, además del grupo de Toño, policías mal armados y “tres o cuatro jóvenes” que se subieron a las azoteas a disparar para que los rivales no supieran de dónde llegaban los balazos.
Disparaban desde las azoteas y mataron a varios. Los habitantes con quienes se logró tener comunicación vía telefónica, aseguraban que vieron cómo hirieron y mataron a varios, pero el mismo grupo se llevaba los cadáveres, por lo que se desconoce la cifra exacta de los muertos o heridos.
Las señoras relataban que veían a adolescentes ingresar por sus patios con armas grandes, iban temerosos. Los mismos pobladores aseguran que en la “guerra” que sostuvieron había varios jornaleros de la pizca de la manzana, que fueron reclutados.
El presidente municipal, Aldo Campos Rascón, dio a conocer un día después, que el pueblo estaba en shock; había muchas casas baleadas y los vidrios de los vehículos estrellados. Aseguró que eran unas 10 personas las que presentaron lesiones. El alcalde solicitó presencia permanente de las fuerzas armadas para intentar contener la violencia.
“Si no se pone alto a esta situación, la Sierra va convertirse en un polvorín. Se está dando el caso de que la población se está armando o quiere participar en una forma u otra en estos grupos y los que más se van, son los jóvenes”.
“Es poco de todo, la gente se cansa de vivir así, en el miedo, tratan de tomar partido para un lado u otro. Estamos complicados y si no tenemos cuidado se nos va a volver un polvorín en corto plazo. La gente está inquieta, hay desconfianza”, advirtió el alcalde.
Ante esa situación, de pronto, los habitantes de todo el municipio se vieron protegidos con Toño Erives y su gente, quien suplió funciones de las autoridades, desde la protección de sus vidas hasta traslados a hospitales y apoyo para alimentarse.
A partir de aquella ocasión, finales de marzo y principios de abril de 2011 se registraron ejecuciones aisladas y muy esporádicas, hasta el fin de semana pasado, cuando el grupo contrario abatió a Antonio Erives, quien se había convertido en el “Robin Hood” de los habitantes de Uruachi. Ahora el temor, es cómo se acomodarán ambos grupos y las decisiones que los líderes tomarán.
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